Mi mejor empleo

Jul 17, 2008 | Conciliar, Crianza

En mi caso, dejar de trabajar no fue una decisión premeditada. Las circunstancias (es decir, la falta de flexibilidad en los horarios laborales) me forzaron a quedarme en casa. Paula tenía un año así es que pensé que era el momento de disfrutar de ella mientras encontraba trabajo. El periodo de búsqueda se fue alargando, y mi desesperación fue creciendo. No fue una época fácil. Creo que es especialmente duro para las mujeres de nuestra generación: hoy en día “lo raro” es quedarse en casa.

Pero algo iba cambiando dentro de mi. Pasar días y días junto a mi hija, ver cómo crecía, ejercer de mamá a tiempo completo empezó a llenarme más y más. Finalmente mi decisión fue tan fácil como escuchar lo que me pedía el corazón, para mi esa es la auténtica liberación de la mujer. Llegó un momento en el que ni me planteaba buscar un trabajo. Después nació Juan, luego Ana, Ignacio… Ahora puedo decir que estoy en el mejor momento de mi vida.

Aprovecho para contestar lo que siempre me cuestiona la gente: el dinero, el papel del padre y el aislamiento. En primer lugar es cierto que supone un esfuerzo económico prescindir de un sueldo, pero en nuestro caso era mayor el gasto si yo trabajaba que si no lo hacía. Con los precios de las guarderías y el salario que cobraba me salía hasta caro el trabajar.

También estoy cansada de que me tachen de “esclava del hogar”, “quién te ha visto y quién te ve”… y una larga cantinela de comentarios que menosprecian mi situación. Yo me siento afortunada porque gracias a mi marido puedo disfrutar de nuestros hijos. Y digo disfrutar porque para mi esta época es irrecuperable, y soy consciente de que cuando crezcan me alegraré infinitamente de haber estado con ellos durante estos años. Lo ideal sería que tanto el padre como la madre podamos compartir esta etapa lo máximo posible. Cada pareja negocia según sus necesidades quién puede ser el que haga el parón laboral o reducir su ritmo para estar en casa. De todas formas, el cordón umbilical no se corta en el momento del parto, y siento que durante el primer año del bebé es fundamental el papel de la madre.

Por último, el aislamiento. Sinceramente, no tengo tiempo de sentirme aislada. Los niños dejan poca energía y poco espacio para sentirse aislado. Me gusta estar con los pequeños en casa y postergar lo máximo posible su incorporación al colegio. Están felices así. Vamos al parque, estamos con otros niños y otras mamás, me acompañan a hacer recados, jugamos o simplemente estamos. Por las tardes trato de ocuparme más de la mayor y así van pasando los días. No puedo imaginar un trabajo mejor.

¿Y lo peor? Tal vez el peor trago de quedarme en casa haya sido asumir sin complejos que esto es lo que quiero hacer. El que te pregunten “¿trabajas?” y tengas que decir “no” (aunque te gustaría decir, “trabajar, trabajo, pero no me pagan”). Ahora todo eso lo he superado y estoy orgullosa de mi decisión. En el resto de Europa es muy natural que una mujer preparada profesionalmente deje por unos años el trabajo para cuidar de los hijos. ¿La diferencia? Que su vuelta al trabajo es más fácil. Eso será el precio que tendré que pagar por estos años. O quién sabe, la maternidad te enseña a tener muchos recursos. Estoy reciclándome en medicina, psicología, economía, bellas artes, cocina…

Hay muchas fórmulas de encontrar el equilibrio entre familia y trabajo. Ésta es una de ellas y soy feliz así. Pero sobre todo estoy tranquila porque sé que es una decisión de la que jamás me arrepentiré.

Artículo publicado en la revista Criar con el Corazón y colaboración con la revista Integral

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